Quizás sea el producto más conocido de nuestra comarca, el que más kilómetros ha recorrido hasta llegar a nosotros y el que más millas acumula una vez que abandona las huertas amables que se levantan entre los ríos Ulla y Sar. El pimiento de Herbón- Padrón, una historia americana.
Ya que este año estamos en el año jubilar franciscano, recordamos que fueron los misioneros adscritos a la orden de Asís los que introdujeron las semillas de los ricas hortalizas a partir del siglo XVI; no es casualidad que fuesen estos frailes menores los que iniciasen este puente entre América y Galicia.
Al poco de asentar su poder en Mesoamérica, Hernán Cortés solicito de la metrópolis una gran cantidad de frailes para iniciar el proceso de evangelización, o asimilación cultural, de las tribus indígenas que ocupaban el territorio del actual México y California estadounidense. La orden mendicante era la más numerosa de la Iglesia de la época y acudió al llamado evangelizador. Aunque la erradicación de la lengua, costumbres y religión originaria de los indígenas fue un hecho, los padres franciscanos se implicaron a la hora de conocer las costumbres y usos de las tribus.
Fátima Gordillo, en Teknlife.com recoge las palabras escritas de fray Bernardino de Sahagún en su “Historia General de las cosas de la Nueva España”:
El dios azteca Tezcatlipoca, el espejo humeante, se disfrazó de vendedor de pimientos, tan pobre que iba totalmente desnudo, para enamorar a la hija del señor de Tula (capital de los Toltecas), Huémac. Inflamada por la pasión, ardiente como arde un chile en la boca, la joven cayó enferma, por lo que al gran rey no le quedó más remedio que casar a su hija con el pimentero para sanarla. La devoción de la cultura mesoamericana por el pimiento incluía entre sus deidades a la “Respetable señora del chilito rojo”, de nombre tan impronunciable como Tlatlauhqui-cihuatl-ichilzintli. Hermana de Tlaloc, el dios de la lluvia, la Señora del chilito rojo exigía un ayuno a base de chiles como preparación a celebrar determinados rituales.
Los cazadores recolectores mesoamericanos apreciaron los chiles y su cualidad para conservar los alimentos muy rápidamente. Los investigadores han tenido que echar mano de técnicas de arqueobotánica para deducir que el chile fue cultivados desde hace 9.000 años. Los chiles que más se parecen a los pimientos que se cultivan en Herbón-Padrón se desarrollaron en la zona centro-este del actual México. Las investigaciones arqueológicas, botánicas y lingüísticas dedujeron que el origen de este fruto estaba en la actual Bolivia pero que la sistematización de su cultivo se perfeccionó mucho más al norte.
La tradición cuenta que los primeros franciscanos que regresaron del Nuevo Mundo trajeron consigo las semillas de este producto tan apreciado por las comunidades indígenas que dejaron atrás.
El sabor picante de esta hortaliza hizo que en España se conociese como “pimiento” ya que les recordaba al sabor de la especie de la India. Atrás quedó su nombre original: chili. Comenzaba una nueva vida para los pimientos.
La adaptación de la nueva planta al territorio no fue sencilla. Las condiciones del terreno americano no encontraban un equivalente en Europa pero de nuevo fueron los franciscanos los que encontraron una solución a la viabilidad de esta planta en nuestro país. Cuando la orden ocupó el convento de Herbón, introdujo esta planta en el valle abierto entre el río Ulla y Sar.
Las condiciones edafológicas y climáticas fueron favorables para esta delicada especie pero su éxito no fue inmediato. Ni mucho menos. Si los religiosos se establecieron en el siglo XVI, no es hasta el siglo XVIII que encontramos pruebas del comercio de pimiento seco o molido era una fuente de ingresos regulares para los agricultores de la zona. Doscientos años de cuidados y cultivos fueron necesarios para emprender una producción a gran escala. La especie resultante era diferente de su madre americana: más pequeño, con un sabor más suave y mucho menos picante, el pimiento de Herbón-Padrón adquirió su propia y reconocida personalidad.
Hoy en Padrón se dedican unas 14 hectáreas de invernadero al cultivo del pimiento, y unas 20 hectáreas de terreno al aire libre. La producción anual es de 1,3 millones de kilos, aproximadamente.
Como las mejores cosas de la vida, un pimiento es muy sencillo de preparar: hay que freírlo en abundante aceite, sacarlo de la sartén cuando empieza toma un color verde oscuro, dejarlo un momento sobre papel de cocina para que se absorba el aceite y echarle abundante sal gruesa. Acompañado de pan de maíz y una copa de vino tinto –por si acaso nos toca el que pica—es uno de los platos por excelencia del verano en Galicia.
El sabor del verano es verde, y en Padrón se disfruta del original.